El Ministerio de Relaciones Exteriores (MIREX) ha desatado una ola de críticas tras la publicación de una licitación para la compra de más de 3,000 chacabanas con un presupuesto que supera los 18 millones de pesos. La medida, promovida en el marco de la Cumbre de las Américas 2025, ha sido defendida como una apuesta por la identidad dominicana. Pero una lectura más crítica revela otra realidad: la chacabana se ha convertido, no en símbolo del pueblo, sino en una prenda propagandística asociada a la cultura visual del Partido Revolucionario Moderno (PRM) y del poder político en turno.
Una prenda con carga partidaria
La chacabana, aunque tiene raíces caribeñas y cierta presencia histórica en la vestimenta dominicana, ha sido reciclada en los últimos años como uniforme del poder. Desde que el PRM asumió el gobierno en 2020, esta prenda ha sido sistemáticamente adoptada por ministros, viceministros, directores generales y asesores, convirtiéndose en una suerte de "código de vestimenta del Estado". Se lleva a actos oficiales, conferencias de prensa, eventos protocolarios y reuniones diplomáticas. El resultado: la chacabana ha dejado de ser una expresión espontánea de identidad para convertirse en una especie de uniforme político disfrazado de tradición nacional.
El pueblo dominicano, en su inmensa mayoría, no usa chacabana como prenda diaria, ni la asocia con su vida cotidiana. Mientras tanto, quienes viven de fondos públicos la exhiben como un emblema de poder discreto, casi clerical. En este contexto, el gasto millonario del MIREX no puede verse como una simple compra de ropa, sino como una estrategia de imagen para consolidar la estética política de un partido que ha apropiado símbolos culturales para reforzar su narrativa institucional.
El verdadero costo de vestir el poder
Más allá de los bordados, las tallas o los colores, el verdadero problema está en el mensaje que se envía. En un país con hospitales desabastecidos, barrios sin agua potable y una juventud sin oportunidades, invertir millones en ropa para diplomáticos no es solo una mala decisión administrativa, es una provocación social. La desconexión entre quienes gobiernan y quienes sobreviven día a día se vuelve más evidente cuando se prioriza vestir con elegancia en vez de resolver urgencias básicas.
Al legitimar esta licitación bajo el pretexto de “representación cultural”, el gobierno reduce la cultura dominicana a una prenda selectiva que en realidad no representa al pueblo, sino a una élite política. La verdadera cultura dominicana está en las calles, en los mercados, en la bachata, en el calor de la cotidianidad, no en la fría formalidad de un salón diplomático.
Reflejo de un Estado que confunde imagen con gestión
El Estado dominicano, bajo la conducción del PRM, parece priorizar constantemente la imagen sobre el contenido. Es la misma lógica que ha impulsado el uso de fondos en publicidad oficial, remodelaciones cosméticas y eventos mediáticos, mientras las estructuras esenciales del país siguen frágiles. Esta obsesión por “lucir bien” en cumbres y reuniones internacionales responde más a un deseo de reconocimiento político que a un compromiso genuino con el desarrollo nacional.
La licitación de las chacabanas no es un error aislado: es la manifestación de un patrón donde el gasto público se utiliza para reforzar símbolos de poder, no para transformar la realidad social. Cada chacabana comprada con dinero del pueblo, en estas condiciones, se convierte en una prenda de arrogancia institucional.
En fin. Es hora de desmontar la idea de que toda acción del Estado es cultura. La chacabana no es el traje del pueblo, es el uniforme del poder. La identidad dominicana no se viste, se vive. La compra de más de tres mil chacabanas por 18 millones de pesos no solo representa un gasto cuestionable, sino una imposición estética del partido gobernante que busca legitimarse a través del vestuario oficial. En un país donde vestir dignamente es un lujo para muchos, el pueblo tiene derecho a preguntarse: ¿quién nos representa realmente?
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