Leonel Fernández
Santo Domingo, RD



Con motivo de la COVID-19, además de las enormes e irreparables pérdidas humanas, en el 2020, la economía mundial se desplomó a sus niveles más bajos desde la Segunda Guerra Mundial. Numerosas empresas cerraron sus puertas. Millones de trabajadores perdieron sus empleos. El comercio mundial se desaceleró, las inversiones se redujeron y la pobreza volvió a incrementarse en forma preocupante.

Las proyecciones de futuro resultaban sombrías. Sin embargo, según los recientes informes del Fondo Monetario Internacional, de otros organismos multilaterales y de bancos regionales de desarrollo, para este año, 2021, se prevé un crecimiento económico global de 6%.

Ya en el primer trimestre de este año, sin perder de vista las distorsiones estadísticas, la República Popular China obtuvo un explosivo crecimiento de 18%, comparado con el mismo periodo en el 2020. De igual manera, aunque en menor escala, la economía de los Estados Unidos también se ha disparado, incrementando el número de empleos, incentivando el comercio y estimulando el consumo masivo.

Naturalmente, no todos los países tendrán un desempeño similar al de las dos principales economías del mundo. Se considera que, efectivamente, numerosas economías en desarrollo tomarán tiempo en alcanzar los niveles de crecimiento que tenían antes del estallido de la pandemia.

No obstante, esa impresionante reactivación de la economía, en determinados polos geográficos, se ha debido fundamentalmente al exorbitante incremento del gasto público, por la vía de estímulos fiscales y políticas monetarias de los bancos centrales, así como por el rápido descubrimiento de la vacuna y su aplicación.

El nivel de inyección de capitales, por parte del sector público para intentar recuperar la economía ha sido de un nivel sin precedentes en la historia. Por tal motivo, se considera que tendrá un efecto positivo en las diferentes economías del mundo.

En el caso de la República Dominicana, por ejemplo, se puede observar ese efecto por el dramático incremento que han experimentado las remesas, las cuales, este pasado mes de marzo, llegaron a colocarse por encima de 900 millones de dólares.

Sin embargo, se alberga el temor en determinados sectores, de que aunque tal volumen de inversión contribuye al crecimiento de la economía mundial, al mismo tiempo podría desatar una inflación, o alza de precios en los principales productos de consumo.

De igual manera, se hace referencia al hecho de que para alcanzar esos altos niveles de intervención pública, se ha tenido que aumentar el volumen de la deuda pública, por lo cual para evitar una futura desestabilización macroeconómica, se requerirá la realización de reformas fiscales en distintos lugares del mundo, lo que un organismo como la OCDE no recomienda hacer en estos momentos.

Inequidad de la vacuna
Si una de las razones fundamentales para que se haya iniciado un proceso de reactivación económica antes de lo previsto, se ha debido esencialmente al proceso de vacunación que se ha estado realizando a nivel mundial, lo cierto es, sin embargo, que ese proceso de vacunación, hasta ahora, ha sido dispar.

La causa de esa situación de disparidad se explica por el proteccionismo o nacionalismo que se ha estado llevando a cabo por las economías más potentes con respecto al acceso y uso de la vacuna. En la actualidad, por ejemplo, los 10 países más ricos del planeta acaparan el 75% de las vacunas, mientras que los 50 más pobres, solo disponen del 0.1%. Obviamente, semejante nivel de desigualdad resulta inaceptable. Esto así, debido a que una tragedia mundial como es la Covid-19 requiere que la vacuna no sea considerada como una mercancía más, sino más bien como lo consideró el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres: como un bien público global.